¿De dónde procede el miedo y por qué unos tienen más miedos que otros?
El miedo procede del pensamiento, es decir,
es generado por la mente a raíz de un juicio que uno realiza acerca de una
situación determinada, en función de una conclusión negativa o pesimista a la
que llega. Los pesimistas tienen, necesariamente, más miedo que los optimistas.
Siendo esto así, uno puede concluir que el miedo lo manufactura uno mismo, no
es que de verdad exista. A este respecto, quisiera traer a colación el
siguiente aforismo: “...El cobarde se siente morir varias veces en la vida,
mientras que el valiente sólo se muere una vez...”.
¿Quién no ha sentido miedo alguna
vez? Él hace su aparición
cuando menos necesitamos que lo haga, con tan sólo unos pocos minutos en
nuestra mente ya puede apoderarse de nosotros y cuando nos percatamos de su
presencia, ya es demasiado tarde y él ya tiene el control absoluto.
El miedo puede ser experimentado en
diversas ocasiones, pero sin duda la más molesta es cuando se hace ver en
aquellas circunstancias donde más necesitamos nuestro valor.
“Roberto” en una de sus sesiones, me comentó que era el
mejor de su clase, tenía una de las escolaridades más altas de la universidad.
Era un estudiante ejemplar, un verdadero ganador. Sus calificaciones le
ofrecieron varias oportunidades laborales, oportunidades que una a una fue
perdiendo, siempre por la misma razón. En sus entrevistas laborales siempre se
ponía en blanco, toda su simpatía, inteligencia, ingenio, se evaporaban como
por arte de magia. Y así como joven profesional, a pesar de poseer todas las
cartas para ganar, se veía a sí mismo como un fracaso.
“Lucas” era un conquistador nato, todo un casanova,
siempre obtenía a la chica que quería, nadie podía decirle que no. Se vio
involucrado en varios romances pasajeros, amores de una noche. Conocía a una
mujer atractiva, la seducía y luego de un fugaz encuentro, ya no quería saber
más nada acerca de ella. Podríamos pensar que esta actitud frívola era lo que
estaba buscando, sin embargo, este comportamiento le generaba un gran pesar. El amor
verdadero le aterraba, no quería sufrir como lo había hecho su padre, quien
había sido abandonado por su madre cuando Lucas tenía tan sólo seis años.
El miedo es una reacción natural,
instintiva al peligro y es necesario que podamos sentirlo para sobrevivir como
especie. Pero, ¿qué sucede con ese miedo
paralizante que solamente estorba en nuestra calidad de vida?
Este miedo molesto proviene de varias
fuentes, una de ellas es nuestra infancia. Tomemos por ejemplo el caso del
amor, si nosotros vivimos en una familia donde nuestros padres eran infieles o
tenían una relación violenta, es muy probable que cuando seamos adultos
tengamos miedo de que nos suceda lo mismo, que queramos protegernos a toda
costa del dolor que vivenciamos, que hasta lo tomemos como nuestro. Solemos
apropiarnos de la angustia de nuestros padres, intentado hacer algo para que se
sientan mejor o nos convencemos de que no tenemos más opción que correr con su
misma suerte.
El miedo
al éxito está también asociado a una baja autoestima y en algunos casos,
incluso, es un temor a superar a los padres. Cuando se ha tenido padres que no
han accedido a estudios, a oportunidades, el hecho de que en cierta forma ellos
se sientan “mejores” que sus congéneres, es suficiente para estancarse y
negarse las oportunidades que ellos si han tenido.
La persona más
influenciable con la que hablaras todo el día eres tú. Ten cuidado entonces
acerca de lo que te dices a ti mismo. Zig Ziglar
Hay
muchas ocasiones en nuestra vida cotidiana que pueden suponer una fuente de
miedo o ansiedad. El simple hecho de tener que hablar ante un grupo de personas
o acudir a una reunión en la que no conocemos a nadie puede resultarnos
angustiante.
Ante
estas situaciones muchas veces reaccionamos intentando enfrentarnos a ese
miedo. Para ello tensamos nuestro cuerpo, contenemos la respiración y nos
decimos frases como “No hay que tener miedo”, “No seas estúpido” o “No es para
tanto”. Este tipo de frases suelen tener el efecto contrario, ya que nos
culpabilizan o ridiculizan sin buscar la causa de ese miedo ni la solución a
esa situación. Es mucho más eficaz utilizar una estrategia de autoaceptación,
misma, que explicaremos a continuación.
Cuando
notes esa sensación de miedo o angustia, no luches contra ella. Acéptala
diciéndote: “Sí, tengo miedo” y, en lugar de contener la respiración, respira
de manera lenta y profunda, concentrándote en ella. Date tiempo para observar
ese miedo, reflexionando sobre él sin dejar que te domine.
Intenta
imaginar lo peor que pudiera ocurrir para aprender a afrontar esa situación y
aceptarla. Por ejemplo, tengo que hablar en público y me da miedo. ¿Qué es lo
peor que puede pasarme? Que me quede en blanco y no sepa qué decir. ¿Qué podría
hacer en ese momento? ¿Disminuiría mi valor como persona por no ser capaz de
sobreponerme en esa situación?
Habrá
veces en las que no podamos superar del todo nuestros miedos, pero la mayoría
de ellas, el hecho de aceptarlos y observarlos puede ayudarnos a conocer sus
causas, darnos cuenta de que las consecuencias no serían tan terribles o
incluso darnos cuenta de que esos miedos no tienen sentido y conseguir que
desaparezcan.
No
podremos vencer nuestros miedos negando la realidad o intentando evitarlos,
porque tarde o temprano aparecerán. Si en cambio nos hacemos conscientes de
ellos, nos liberaremos de gran parte de la presión. Por ejemplo, si tengo miedo
a las alturas e intentó negarlo, el día que tenga que enfrentarme a una, no
sabré cómo actuar y me quedaré paralizado. Si en cambio acepto que tengo miedo
a las alturas, pero que eso no me hace peor persona, me sentiré menos presionado
en esa situación y mis posibilidades de enfrentarme a ello con éxito
aumentarán.
En
resumen, no debemos negar nuestros miedos y decirnos a nosotros mismos que
debemos relajarnos porque nuestro cuerpo no sabrá cómo hacerlo. La manera de
conseguirlo es una respiración tranquila y controlada, abrirse al miedo para
observarlo y conocerlo, imaginar lo peor que podría suceder y prever cómo
afrontarlo.
Si
aprendemos a aceptar el miedo y dejamos de torturarnos con fantasías de cosas
terribles que sucederán (y que la mayoría de las veces son irreales),
conseguiremos liberarnos de él. Podremos ver la situación que nos aterrorizaba
de forma realista y sentir que volvemos a tener el control, lo que aumentará
nuestra confianza y nuestra autoestima. En otras palabras, la clave es actuar, hacer algo para
comenzar a construir nuestra confianza. Tampoco debemos sentirnos culpables o
castigarnos por ser nuestros propios saboteadores, tenemos que identificar la
raíz de nuestro miedo y estar determinados a luchar contra él, teniéndonos
paciencia y buscando ayuda de ser necesario.
Uno siempre debe preguntarse, ¿vale la
pena vivir con miedo, cuál es el beneficio que obtengo de esto? ¿Hay algo que
pueda hacer para cambiarlo? ¿Por qué prefiero vivir desde la impotencia y no desde
la plenitud?
El miedo puede ser superado, de hecho
“Lucas” y “Roberto” lo han logrado. Uno debe estar dispuesto a trabajar en los
obstáculos que quiebran la armonía de una vida que puede llegar a ser muy
satisfactoria, si simplemente nos permitimos ser felices.
En definitiva, hay que desmitificar el
miedo y reducirlo a lo que de verdad es: Una creación de uno mismo.
Consecuentemente, uno puede vivir sin él. Lo malo es que uno se acostumbra a
ser como es y le es muy difícil cambiar. Sin embargo, cuando uno entiende la
realidad de la situación, la propia clarividencia en la conciencia, poco a
poco, va transformando la realidad interna del ser y la va haciendo más
racional que emocional. Con el tiempo y en el alejamiento de las visitas que
uno hace al sistema emocional, uno se va racionalizando hasta el punto de
poderse liberar del condicionamiento del miedo definitivamente.
Fuentes:
http://www.miautoestima.com
Lic. en
Psicología Mariana Alvez
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