Atraes
gente que no es la indicada para ti. Ya
te ha sucedido antes: conoces a alguien, te sientes inmensamente atraído o
atraída hacia ese ser, y luego de un tiempo te preguntas, ¿qué hago aquí? Huyes sigilosamente, desapareces sin dejar
rastro… ¿no es hora de que te quites la máscara de una vez?
Eres
una persona a quien los que lo rodean describen de una manera que no te es
demasiado familiar. Parcializan tu
personalidad y sólo destacan algunos aspectos que no son tan exactos, según tu
punto de vista, aunque de alguna manera pareciera que tienen un remoto dejo de
realidad.
Lo
real es que eres hipersensible, a un grado tan extremo de volverte
vulnerable. Ante tanta desprotección,
creas una fachada que tapa las partes que podrían generarte algún tipo de
dolor. De esta manera te desarrollas en
la sociedad en carriles que ya conoces y que has probado una y otra vez, por lo
cual te dan seguridad. Crees que te
encuentras a salvo.
Para
no correr riesgos utilizas una máscara (yo lo llamaría también caparazón) que
es bien distinto a como realmente eres: simple y vulnerable. No sueles mostrarte de esta manera, ya que
consideras que si la gente descubriera cómo eres en el fondo de tu corazón, no
tolerarías ni la exposición ni el altísimo nivel de vulnerabilidad que te
conecta a la realidad en la que vives.
¿Podrías
soportar que alguien rechace o no quiera a quien realmente eres? Tu mejor defensa es mostrar máscaras, y de
esta manera intentas paliar el efecto de un rechazo. Esta fachada levanta paredes infranqueables
entre las personas, ya que antes de entablar una relación el boicot ya se ha
activado, y la posibilidad de una conexión emocional, también.
¿Qué
sucede entonces? Tú eres el que hiere
primero, antes que aparezca la remota posibilidad de que te hieran a ti, y
abandonas, mientes, engañas. No es un
mecanismo consciente, ya se ha instalado en tu subconsciente, y esta situación
se repite ante estímulos similares.
Además,
tu máscara cumple otra función: atraes gente que se ve seducida por esta
fachada que has inventado, y no por quien realmente eres. Incluso, probablemente acostumbras buscar
parejas para paliar la soledad que te abruma, gozando de compañía – por lo
general ocasional – para que llene el vacío que se produce al no poder dejar
emerger tu verdadera personalidad.
Prefieres relacionarte desde este lugar y no desde el interés genuino en
quien busca una conexión emocional contigo.
De
este modo, ya sabes de antemano que nunca llegarás a algo concreto con tus
parejas, sean ocasionales o con algún rasgo de estabilidad. Eliges continuar en la misma tesitura, para
minimizar (a veces infructuosamente) la posibilidad de sufrir.
Pero,
¿qué sucede cuando la máscara es aceptada?
Se produce un conflicto aún mayor y te frustras, ya que no te quieren a
ti por la persona valiosa que eres, sino a la fachada que has creado. Sin embargo, cada tanto aparece alguien que
lee a través de todas tus máscaras, que logra una empatía muy especial contigo,
y se conecta con tu vulnerabilidad y tus emociones más íntimas. Esto te deja desprotegido e indefenso, sin
saber qué hacer o cómo reaccionar, ya que en este caso los mecanismos de defensa
inconscientes que venías activando no surten efecto.
A
estás alturas, déjame decirte que quien hiere primero, hiere dos veces: a la
otra persona por el maltrato o el abandono injustificados, y por consiguiente…
a ti mismo, ya que sientes que has herido a quien no lo merecía. Además, caminas por un sendero muchas veces
transitado. Parece un círculo cerrado,
¡pero no lo es!
Puedes
deshacerte de tus máscaras si verdaderamente lo deseas. La oportunidad de cambio hacia relaciones más
gratas y saludables está en tus manos, sólo depende de ti decidir que ha
llegado ya el momento oportuno para dejar las máscaras atrás y dejar que tu
personalidad fluya.
Las máscaras y sus
roles
Si
miramos con cuidado nuestro comportamiento, nos daremos cuenta de que jugamos
roles distintos a lo largo de nuestra vida. Cumplimos con el rol de hijo, de padre, de
hermano, con un rol laboral, con un rol de amigo, vecino, amante y todo lo que
se les pueda imaginar. En cada personaje
nos desenvolveremos de una manera distinta, porque no le hablaremos a nuestro
jefe de la misma manera con la que hablaríamos con nuestro padre. Los roles son necesarios y existen para marcar
jerarquía, marcan diferencia, cierto orden.
Nosotros desplegaremos distintos aspectos de nuestra personalidad para
comunicarnos de determinada manera con nuestro interlocutor, es lo que sucede,
ahora…¿qué ocurre cuando no estamos mostrando nuestra personalidad, sino lo que
los demás esperan de nosotros? Es ahí
cuando nuestras máscaras entran en acción, en vez de simplemente comportarnos
como la hija que queremos ser, comenzamos a ser lo que nuestros padres quieren,
desplazando por completo nuestros propios deseos. Deseamos ser un tipo de
esposa, pero nuestra personalidad no es lo suficientemente agradable para el otro,
así que nos convertimos en lo que nuestro marido anhela, nos dejamos moldear
según sus caprichos y casi sin darnos cuenta. Es aquí cuando no estamos jugando
con la complejidad exquisita de nuestra personalidad humana, sino que nos
convertimos en máquinas de brindarle satisfacción a los demás y creamos
nuestras propias máscaras, intercambiables de acuerdo a la situación que nos
encontramos, máscaras que nos confunden a nosotros mismos y, que a la vez,
intentan aplastar lo que somos en realidad.
Otra
razón por la cual podemos adoptar distintos personajes, es porque no tenemos en
claro quiénes somos. En la adolescencia, cuando vamos moldeando nuestra
personalidad y experimentando cómo queremos ser, es usual ver a los jóvenes
cambiando constantemente. En este caso
es algo saludable, ya que están experimentando para sentirse más cómodos,
intentando descifrar sus ideales, su carácter, empujados por la curiosidad y no
por las demandas de los demás. Si se
cuenta con un buen ambiente familiar, un lugar donde se habilite a los
adolescentes a buscarse a sí mismos sin prejuicio y desde la paciencia y el
amor, podrán encontrar su propio rumbo de manera natural y sin mayores
problemas.
El
aprovechar nuestros distintos rasgos de personalidad puede convertirse en una
experiencia muy enriquecedora. Cuando lo
hacemos por las razones correctas estaremos aprovechando las herramientas que
poseemos para brindarle a cada conversación, cada encuentro, un toque
diferente. Aprender a utilizar nuestras
habilidades, discernir cuando brillar o cuando callar, cuando ser el alma de la
fiesta o cuando escuchar, nos hará sentir satisfechos con nuestras habilidades
sociales; recuerden que un vínculo social estable y agradable es uno de los
ingredientes requeridos para ser feliz.
Vivir
para agradarle a los demás es una tarea más que imposible. Piensen que cuando están haciendo feliz a
alguien con su actitud, pueden estar haciendo sentir mal a otra persona; los
demás no pueden tener el poder de convertirse en los termómetros de nuestra
personalidad. Si solamente nos guiamos por los caprichos de los otros, nuestra
personalidad comienza a tambalearse, nuestros pilares se derrumban y quedamos a
merced de los otros, como si fuéramos muñecos sin vida con el cual todos pueden
hacer lo que les plazca.
Ser
fiel a un mismo es el mejor regalo que podemos brindarnos, saber qué queremos
nos servirá como faro en un mar de gente cambiante. Debemos ser fiel a nuestros
ideales, nuestras creencias, nuestras metas, no importa que el mundo esté en
nuestra contra siempre y cuando estemos siendo felices y no haciéndole daño a
nadie (ni a nosotros mismos). Quítate la máscara, libérate de las ataduras y
comienza a ser tú a tu manera, no hay nadie mejor para descifrar quién eres y
qué quieres de la vida… de tu vida.
¿Estás listo (o lista) para dejar caer tus máscaras?
Las máscaras del hombre por Emilio Arnao
El
hombre, en un sentido estricto no es natural, sino artificial, como ya indicaba
Baudelaire, es por eso que suele derivar los índices de su vida hacia unos
compromisos que nada tienen que ver con un mundo sentimental y honesto, en todo
caso, reprimido y batallador. Los hombres que están reconducidos por esta
energía de los tiempos modernos no quieren dejarse ver ante los demás, no
desean que se les vea sus debilidades, sus malas épocas, sus tristes perros,
sus dolores que les llegan por falta de vida interior. Es por eso que producen
lo que yo vengo a llamar la representación de la máscara. El hombre es una
máscara, como ya viera Larra, que juega a ser hombre, sin detenerse en el
falseamiento del mundo que eso produce. Con máscara, el hombre es menos hombre,
en todo caso, se trata de un espejismo, de una vuelta de vals, de un hijo de
arcilla, de un mecanismo de falsa identidad. En los bares, en las discotecas,
en las empresas, en los restaurantes, en los clubs privados, allí donde se
produce el encuentro de la gente insincera, hay representación, teatralismo,
Moliére y risa tonta. Pero ¿dónde queda la verdad de las cosas?, ¿dónde
estriban los momentos en que verdaderamente el personal debería desenredarse en
la sencillez y en la elocuencia para beneficiarse de los grandes instantes que
ofrece la vida?, ¿no sería más cómodo para todos ser un poco más éticos con
nosotros mismos? Está claro. No queremos que se nos vea. Somos, en el fondo,
unos tímidos desgraciados. Adelgazamos quilos a diestro y siniestro, mientras
cae la lluvia, cuando aparentamos como de otro modo no somos. Suplantamos
nuestra acaudalada personalidad, la cual se tricota contra las manos de las
rocas. Interpretamos el tiempo en que ya hemos dejado de existir, porque,
mientras fingimos, ya no somos nosotros, en todo caso, navegantes al pairo de
un mar pintado por Ronald Kital. Somos escenificadores de nuestra propia
sublimidad, en la cual creemos, pero de la cual, muy a pesar nuestro, no
estamos satisfechos. Sustituimos la harina por el pan. Protagonizamos una
cinematografía invisible en la que sólo se desarrolla nuestro propio personaje,
lo demás no sale, no existe, no aparece en pantalla, nadie lo ve. Reproducimos
el amor que nos tenemos a nosotros mismos con la alianza de nuestro cardinal
odio. En realidad somos nuestros propios odiadores. Y ni siquiera lo sabemos.
Al salir cada mañana a la calle, después de desayunar una comedia de teatro,
nos ponemos la máscara y nos dedicamos a creer que lo que hacemos es irrumpir
en el ritmo triunfal de la modernidad. Pero la modernidad, ah de la casa, ya es
la tragedia.
Fuentes:
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