La vocación es la inclinación a cualquier estado, carrera o profesión. El término proviene del latín vocatio y, para
los religiosos, es la inspiración con
que Dios llama a algún estado. Por eso el concepto también se utiliza
como sinónimo de llamamiento o convocación.
A nivel
general, la vocación aparece relacionada con los anhelos y con aquello que resulta inspirador para cada sujeto. Se
supone que la vocación concuerda con los gustos, los intereses y las aptitudes
de la persona.
La vocación
también es considerada como un proceso que se desarrolla durante toda la vida,
ya que se construye de forma permanente.
Implica descubrir quién soy, cómo soy y hacia dónde quiero ir.
Las respuestas a estas interrogantes marcarán la vocación y el camino a seguir
(por elección) del individuo.
Elegir es un arte que se relaciona con el
ejercicio de la libertad. Y como consecuencia directa de una buena elección,
surge el buen aroma de la autenticidad.
El ser humano no es libre, a menos que se
proponga serlo. Está condicionado, por lo familiar, por su entorno, por lo
social. El ser humano se “va haciendo”, construyéndose. Vivir implica el
compromiso de erigirse en la autenticidad de elegir.
Pensar es elegir. Y elegir es pensar. Se
piensa, se elige, se piensa nuevamente. Consecuentemente, se aprende a saber
qué espacios se relacionan con la libertad de la persona que está en la
búsqueda de su camino, y cuáles constituyen terreno de invasión ajena, por
ejemplo la elección basada en supuestos tales como la “posible conveniencia” de
seguir una carrera ejercida por un familiar, estudiar otra que esté de moda,
priorizar el ingreso económico en lugar
de la propia vocación.
La libertad, la vocación, el llamado a uno
mismo, requiere una tarea constructiva: saber. Esto implica “revisar”.
Re-visar. Tomar todo lo visto de uno mismo y re-visarlo, re-verlo.
El tema de la vocación es sumamente arduo.
Requiere un alto grado de compromiso personal. Involucrarse con el propio
destino. Resulta difícil discernir entre lo que realmente queremos ser y lo que
“nos “hacen ser”, contemplando posibles influencias del entorno familiar, de
amigos y el contexto social.
La vara de nuestro tiempo es el éxito, el
aplauso exterior, el reconocimiento del otro. Eso reafirma a algunas personas.
Pero se puede ser muy exitoso realizando vocaciones ajenas y depositar el alma
en el olvido de algún proyecto utópico.
El ser humano en la actualidad se enfrenta a
un mar de riqueza cultural y de opciones, pero sin brújula, a la deriva. La
verdadera Orientación Vocacional, la productiva y eficiente, no debería
consistir en un compilado de tests.
Debe ser
enfocada con una visión integral de la persona, con pleno apoyo en la
psicología, una rigurosa información sobre la multiplicidad y variedad de
carreras y opciones y las incumbencias profesionales de las mismas, así como su
campo laboral. La autenticidad y la seriedad son ejes básicos en el proceso de
la elección vocacional.
La persona que
se busca en su vocación, en cualquier edad, se des-cubre, se devela, borra
velos de frases hechas, creencias sociales, mandatos familiares. En
consecuencia se re-vela. Finalmente se descubre “de verdad”.
La vocación no
deja de ser una aventura. La aventura debería regirse por el orden. La aventura
crea; el orden cosecha y atesora. Crecer es dejar de ser para ser “un poco
más”, en movimiento constante. Se elige, se crece, se “es”.
Vocación Profesional: Henry Ford, una vocación bien definida
Henry Ford, el
magnate del automóvil, nació en una humilde granja de los Estados Unidos.
Cuando de niño venía de la escuela, su sitio favorito era estar junto al fuego
de la cocina. Y allí se pasaba horas y horas entretenido en desarmar un reloj y
en armarlo otra vez. Quería ser relojero.
Siendo
adolescente, empezó a hacer toda clase de experimentos de física, por eso, no
consentía que se tirara nada a la basura, ni siquiera un cuchillo rolloso, ni
una lata de conservas.
En una ocasión,
construyó una represa con el fin de probar la fuerza del agua, pero la hizo tan
sólida que los campos vecinos se anegaron y el padre tuvo que pagar una buena
suma de dinero. Su madre decía, toda apenada: "Es un excéntrico, cualquier
día saldrá fabricando una máquina".
Henry Ford
cobró gran afición a la mecánica. Se metió por todos los talleres y buscaba que
le explicaran el funcionamiento de las máquinas y motores. Cuando iba a la
ciudad, acompañado de su padre, era para él un día de fiesta detenerse en los
comercios y ver en sus escaparates la maquinaria que se ofrecía en venta.
Un día, oyeron
un estrépito horroroso en la carretera: salieron los vecinos, entre ellos Henry Ford, y vieron todos un
automóvil en que el conductor tuvo que moderar la marcha para no espantar los
caballos. Entonces apenas había automóviles. El muchacho se acercó al conductor
y comenzó a hacerle mil preguntas. Aquél no tuvo más remedio que contestar
explicándole todo el mecanismo del automóvil. Henry Ford, entonces, se fabricó
un coche de madera, y por motor puso una lata vacía. Cuando cumplió los
dieciséis años quiso ir a trabajar a Detroit. El padre quería que fuera
granjero como él, pero el muchacho, obstinado, quería estudiar Ingeniería en
una de las fábricas de Detroit. Se colocó en un taller y trabajó con tal
diligencia y entusiasmo que parecía ser el dueño del negocio. Cuando regresaba
a la casa de huéspedes se quedaba estudiando hasta la madrugada libros de
ingeniería mecánica.
Quedó sin
colocación. Y un día entró en un taller pidiendo trabajo. El dueño le dijo que
no tenía trabajo para él. En aquel instante el jefe del taller estaba entregado
al arreglo de un viejo motor. Henry Ford echó una ojeada al motor, lo observó
bien y comenzó al instante a arreglarlo y el viejo motor funcionó de maravilla.
El dueño tomó a Ford como especialista de motores, pagándole 45 dólares.
Ford contrajo
matrimonio y se fue con su esposa a vivir a Detroit. En las horas libres se
encerraba en un cobertizo y trabajaba haciendo experimentos hasta la madrugada.
Por fin, una noche en que llovía torrencialmente, le hizo a su esposa
levantarse de la cama y le dijo que viniera con un paraguas. Fueron los dos al
cobertizo. Tenía un motor de dos cilindros. La señora Ford estaba emocionada.
La puerta se abrió y salió el coche a la calle y partió. Los vecinos empezaron
a reírse. Al cabo de un rato Ford regresó con el coche. Marido y mujer se
abrazaron emocionados. Habían triunfado.
Un poco más
tarde. Henry Ford fundó una sociedad para explotar la industria del automóvil
en la ciudad de Detroit. El primer año vendió 1,700 coches. En 1914 fabricó
300,000 automóviles. Y en 1915 realizó el sueño de su niñez: fabricar tractores
para la agricultura.
Henry Ford
traía, desde niño una vocación clara y fija: la mecánica, la ingeniería y, por
tanto, se veía lo que iba a ser: un mecánico genial y un hombre emprendedor de
la industria del automóvil. Cuando Ford murió era uno de los más poderosos
magnates del automóvil.
“Cuando
pienso en mi vocación no temo a la vida”.
Antón Pávlovich Chéjov
Fuentes: ¿Cómo encontrar mi verdadera vocación? Autor: Marisa
Mason. http://www.enplenitud.com
Henry Ford, una vocación bien definida. Autor: Gabriel Marañon
Baigorrí. http://encuentra.com
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