Si bien es cierto que el miedo es una emoción reflejada a través de nuestro instinto de supervivencia (percepción innata y natural de peligro), también lo es el hecho de que hoy en día representa uno de los factores más limitantes de crecimiento con los que se topa el ser humano. Ya es tan común tenerle miedo al miedo, que preferimos flagelarnos, excusarnos y escudarnos bajo su poder paralizador, que interiorizar su origen para liberarnos de su yugo y control. Es importante aclarar, que nadie está exento de sentir miedo (eso es normal) lo incomprensible, es sentirse mutilado e infeliz por culpa de éste. Te invito a leer las frases, artículos y texto que he recopilado en relación a este tema. Estoy segura de que su lectura te ayudara a comprender y reflexionar un poco más sobre el efecto condicionante que constituye el miedo en nuestras vidas.
Cariños,
Ama
1. El miedo es el más peligroso de los sentimientos colectivos. André Maurois
2. Vale más actuar exponiéndose a arrepentirse de ello, que arrepentirse de no haber hecho nada.
Boccaccio, Giovani
3. La violencia es el miedo a las ideas de los demás y poca fe en las propias.
4. Muchos hombres permanecen en el rincón de la oscuridad por temor a que la luz de la verdad les deje ver cosas que derrumbarían sus conjeturas. JJ Benítez
5. Entre más conozcas a lo que le tienes miedo, más pequeño se hará.
6. Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para temer menos. Marie Curie
7. No dejes que la soledad y la melancolía te abrumen, que la rutina te atrape, y que el miedo te paralice a intentarlo.
8. Valentía, no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de seguir adelante a pesar del miedo. Paulo Coelho
9. Cuántas cosas perdemos por miedo a perder. Paulo Coelho
10. Lo que ahoga a alguien no es caerse al río, sino mantenerse sumergido en él. Paulo Coelho
11. No es porque las cosas son difíciles que no nos atrevemos, es porque no nos atrevemos que son difíciles. Séneca
12. Lo que te preocupa, te domina. John Locke
13. Nunca actúes desde el miedo y nunca permitas que el miedo te impida actuar.
14. Valor es saber a qué no tenerle miedo. Platón
15. Valor no es la ausencia de miedo, más bien, es tu habilidad para enfrentar el miedo.
MIEDO: CÓMO VENCERLO
Dña. Pilar Jericó
Bilbao, 13 de marzo de 2006
¿Quién no tiene miedo?
Todos sentimos miedo en nuestra vida. Gracias a él hemos llegado a sobrevivir como especie. De no ser así habríamos muerto bajo las patas de un mamut hace miles de años.
Éste es el miedo que llamamos equilibrante porque está asociado a la prudencia, nos permite reconocer aquellas situaciones que pondrían en peligro nuestra propia integridad. Este miedo evita por ejemplo que digamos a un superior lo que realmente pensamos de él, o que nos quedemos en cama varios días cuando nuestra obligación es ir a trabajar.
Pero, ¿qué pasa cuando el miedo equilibrante se alarga en el tiempo y sin justificación aparente?: entonces se convierte en un miedo tóxico, que puede dañar nuestra salud y bienestar.
Pero, ¿qué es el miedo?
El miedo es una emoción con la que nacemos, pero que se puede ir modulando a través de la propia educación, el entorno, la cultura, etc.
Los griegos lo explicaban muy bien a través de la mitología: Venus, diosa del amor, mantuvo un romance con Marte, dios de la guerra. De él nacieron cinco hijos: Cupido (dios del amor erótico), Anteros (dios del amor correspondido), Cocordia (diosa del equilibrio y la belleza), Fobos (la fobia) y Deimos (el miedo). Como vemos, el miedo por tanto procede de la unión del amor y la guerra.
¿Esto qué quiere decir?. Que en la medida en que nosotros queramos o amemos algo temeremos perderlo.
Es muy fácil también apreciarlo en el famoso cuento Juan sin miedo: Juan era un chico que no conocía el miedo. Pasa mil aventuras y peripecias pero no consigue saber qué es sentir miedo. Solamente al final del cuento, cuando se casa con la princesa y todo funciona perfectamente es cuando siente temor por primera vez. Hasta ese momento Juan no tenía nada y por tanto no tenía por qué temer. Sin embargo, cuando nace su amor por la princesa, con él nace también el miedo a perderla.
¿Se ha utilizado el miedo a lo largo de la historia como sistema de gestión de equipos de trabajo?
Sí, indudablemente sí. ¡Y realmente funcionaba! Según decía Ford en los años 40 el gran problema que encontraba a la hora de contratar personal para sus fábricas era que "pido dos brazos y me llegan con cerebro". Lo que se buscaba eran autómatas como el conejito de Duracell que se limitasen a realizar las tareas que otros habían ideado.
En la actualidad todavía existe más de un 50% de empresas que gestionan basándose en el miedo, pero a diferencia de hace cincuenta años, este sistema no tiene mucho futuro.
En un mundo que cambia a una velocidad vertiginosa, lo que vale es el talento, la innovación y la creatividad, y ninguna de ellas se puede desarrollar cuando existe el miedo.
¿Por qué?. Reacciones físicas ante una situación de miedo.
Cuando nos encontramos ante una situación de miedo nuestro cuerpo sufre una serie de cambios: el corazón palpita con más velocidad para enviar sangre a las extremidades y al cerebro, las pupilas se dilatan, y se producen tres hormonas: la adrenalina, la noradrenalina y los corticoides, también llamados hormonas del miedo. Los corticoides impiden que se produzca la conexión entre nuestras neuronas, la sinapsis, que como sabemos es la base de la creatividad.
Por tanto, es biológicamente imposible que una persona sea capaz de desarrollar todo su potencial cuando vive en una situación constante de miedo. Se paraliza.
¿Qué tipos de miedo conocemos dentro del entorno laboral?
El miedo al rechazo, miedo al fracaso, miedo a la pérdida de poder, miedo a no llegar a fin de mes y miedo al cambio.
- El miedo al rechazo se podría decir que es el miedo latino. Vivimos en una sociedad muy afiliativa, por eso necesitamos constantemente la aprobación del grupo. A este tipo de miedo pertenece la "vergüenza ajena", emoción que únicamente sentimos nosotros y que otras sociedades no entienden, y también el temor a hablar en público.
- El miedo al fracaso es más acentuado en sociedades anglosajonas. Esto es debido probablemente a su religión: mientras el catolicismo intenta crear la armonía del grupo y por tanto fomenta el miedo al rechazo, la máxima del calvinismo es: "lo que hagas en esta vida será lo que alcances en la otra".
- El miedo a la pérdida de poder es quizá el menos reconocido. En un estudio que se hizo con 185 directores generales, solamente un 6% reconocía padecer este miedo. Sin embargo todos sabemos cómo nos gusta influir en terceros y mantener nuestra parcela de poder.
Cuando hablamos del poder distinguimos varios tipos: el poder que da la jerarquía (soy tu jefe en el escalafón de la empresa), el poder del experto (domino un tema), el poder de tener algo que el otro quiere (yo tengo esta información y te la doy cuando quiera), el poder de la influencia (soy la secretaria del director general y le hago llegar la información como quiero), el poder de la opinión (yo te otorgo poder para influirme con tus opiniones).
- El miedo a no llegar a final de mes es el más extendido. Este temor únicamente respeta a los jóvenes que viven en casa de sus padres sin responsabilidades pero...pon una hipoteca en tu vida y conocerás este miedo.
- El miedo al cambio es el padre de los demás miedos porque detrás de él se desarrolla cualquiera de los otros cuatro. Una fusión, una reestructuración, etc., suponen que sintamos miedo a no ser acogidos por el grupo, a fracasar en los objetivos marcados, a perder nuestro puesto en la jerarquía o a perder el trabajo.
Cualquiera de ellos tiene la capacidad de paralizarnos y únicamente nosotros podemos lograr conquistarlo.
¿Cómo podemos conquistar el miedo?
Existen varios pasos para conseguir que el miedo no nos paralice:
1. Aceptar que tenemos miedo. Sabemos que todos lo padecemos y no es un síntoma de debilidad reconocerlo.
2. Identificar cuál es nuestro miedo. A veces no es fácil reconocerlo. En ese caso lo mejor es centrarnos en la otra cara de la moneda: ¿cuál es nuestra motivación?: ¿estar integrados en el grupo? ¿ganar mucho dinero? ¿alcanzar unos objetivos?. En función lo que nos motive tendremos miedo a perderlo. Por ejemplo, si nos encanta formar parte de un grupo homogéneo de personas, probablemente nuestro mayor miedo será al rechazo.
3. Mirar al miedo a la cara y hacerlo concreto. Nuestro peor enemigo siempre es nuestra propia cabeza. Nosotros somos capaces de imaginar cosas mucho peores que la realidad. Por eso son tan peligrosos los miedos ambiguos. Cuando un jefe te dice: "haz esto o atente a las consecuencias", probablemente pensemos en unas consecuencias mucho más dramáticas que las que luego realmente sucederán.
Por tanto, lo mejor es que ante una amenaza pongamos sobre el papel las posibles consecuencias. Por ejemplo, si me quedo sin trabajo, ¿cuántos meses de paro me corresponden? ¿tengo dinero ahorrado? ¿tengo contactos? ¿cuál es mi empleabilidad?, etc.
En definitiva, para superar los miedos lo mejor es centrarnos en nuestra motivación trascendente, aquella que nos empuja a seguir adelante a pesar de los riesgos.
Victor Frankl fue un psiquiatra judío que pasó la segunda guerra mundial en varios campos de exterminio, entre ellos Auswitz. Según él, no se salvaron de aquel infierno los más fuertes, ni los más cultos, ni los mejor preparados, sino aquellos que tenían una motivación más allá de su propia vida: "cuando salga escribiré un libro", "cuando salga veré a mis hijos", "cuando salga contaré esto al mundo".
Como decía Nelson Mandela: "No es valiente quien no tiene miedo, sino quien sabe conquistarlo"
NO HAY QUE TEMER
Temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mi mismo.
Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso si no lo intento.
Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta de que de todos modos opinarían de mí.
Temía me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mi mismo.
Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.
Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.
Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.
Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.
Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mi mismo.
Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día.
Temía al pasado, hasta que comprendí que no podía herirme más.
Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.
Temía al cambio, hasta que vi que aún la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.
Anónimo
El Miedo
El miedo es una emoción dolorosa, excitada por la proximidad de un peligro, real o imaginario, y que está acompañada por un vivo deseo de evitarlo y de escapar de la amenaza. Es un instinto común a todos los seres humano del que nadie está completamente libre. Nuestras actitudes ante la vida están condicionadas en gran medida por esos temores que brotan de nuestro interior, en grados tan diversos que van desde la simple timidez hasta el pánico desatado, pasando por la alarma, el miedo y el terror.
A los seres humanos se nos lastima desde la infancia. Todos hemos padecido la presión, con su sentido de la recompensa y el castigo. Se nos dice algo que nos causa enojo y nos lastima. Se nos hiere desde la infancia y por el resto de nuestra existencia cargamos con esa herida, temerosos de que se nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, viviendo una forma de resistencia. Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y que por ellas creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo.
En casi todas nuestras motivaciones subyace algún tipo de temor que frena y condiciona nuestros actos. Este hecho ha sido largamente conocido y aprovechado, a través de los tiempos, por algunas personas para ejercer dominio sobre otras. Las doctrinas religiosas, con diablos de fuego y azufre para castigar a los malos, constituyen algunos ejemplos de una variada gama de "abusos del terror" que ha ido transformándose hasta adquirir formas más suaves en nuestros días.
Los seres humanos hemos tolerado el miedo durante miles de años como una forma esencial de ejercer la autoridad. Y nosotros toleramos el miedo, tal como lo han hecho nuestros padres, nuestros abuelos y toda la raza en la que hemos nacido. Todas las sectas, los dioses y los rituales se basan en el miedo y en el deseo de alcanzar algún estado extraordinario.
Algunos de estos temores antinaturales se denominan fobias. Quienes los padecen no se ven amenazados por ninguna causa objetiva ni próxima y, sin embargo, son incapaces de liberarse de sus sentimientos negativos. Hay quienes le temen a las ratas, a la oscuridad o a las tormentas. Algunos tienen miedo a la soledad, otros a las grandes muchedumbres y muchos se espantan cuando penetran en espacios cerrados, como túneles, ascensores, etc. En estos casos el temor es para la mente lo que la parálisis para el cuerpo. Es el principio de todos los males, pues a un cobarde los temores le exponen a todo tipo de peligros. Cuando el miedo es constante perdemos la confianza en nosotros mismos y en nuestra propia capacidad, nos sentimos incompetentes y abocados al fracaso. Además, los temores imaginarios causan enfermedades, consumen la energía del cuerpo y producen desasosiego y pérdida de vitalidad.
El miedo toma diferentes formas, miedo a no ser recompensados, miedo de fracasar, miedo de la propia debilidad, miedo del sentimiento que genera en nosotros tener que llegar a cierto punto y no ser capaces de lograrlo, miedo a la oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la sociedad, miedo de morir, etc. Pero no estamos hablando de los diferentes aspectos que toma el miedo. El miedo es como un árbol que tiene muchas ramas, y aquí nos referimos a la raíz misma de ese árbol, no de nuestra forma particular de miedo.
Es muy normal creer que un cierto grado de temor nos ayuda a progresar y que es un estímulo para el cumplimiento de nuestro deber. Pero esto no es cierto, el temor no es bueno ni saludable. No es lo más adecuado justificar el miedo, pues éste únicamente nos coacciona. Desde el miedo no puede surgir ni el conocimiento ni la sabiduría. El miedo nos aparta de la realidad y nos hace entrar en un mundo subjetivo, paralizante y desbordante. El problema de la humanidad reside en que los seres humanos tememos miedo porque nos aferramos a cosas y a personas que, por sí mismas, no se pueden “poseer”. Tememos por nuestro buen nombre y posición, por nuestra familia y posesiones. A medida que adquirimos bienes, fama y poder, adquirimos también el temor a perderlos y la constante preocupación de velar por su salvaguardia. Nos convertimos siempre en víctimas de nuestra propia ansia y ambición. Quien posee teme, y éste es un defecto común, en distintos grados, de casi toda la humanidad.
Para que se disipe el temor es preciso ser conscientes de él. Nuestra conducta suele estar siempre inspirada en la ignorancia y en el temor, y mientras nos hallemos en la oscuridad de la inconsciencia, el temor permanecerá donde está. Pero una persona inteligente se encuentra libre de todo temor, y todos podemos serlo. Si podemos descubrir el origen de nuestro miedo, entonces, podemos hacer algo al respecto, es decir, una vez identificado y reflexionado, nuestra percepción del miedo cambia y eso nos libera de su poder.
La culpa, ese fantasma que nos persigue
La culpa es ese encierro al que un día arribamos, de manera inconsciente, para permanecer muchos años en terrenos, por demás, despiadados, bajo las garras de innumerables tormentos e insomnio. El fenómeno ocurre desde nuestra niñez a partir del momento en el que, siendo católicos, aprendemos en las clases de catecismo que, por culpa de Adán y Eva, quienes fueron desterrados del Paraíso, nacemos con el pecado capital. El pecado fue de ese par de seres que Dios creó en un principio.
Habiendo nacido en un hogar católico, recibí la información que todo niño y niña está obligado a aprender de memoria: la historia sagrada. Con frecuencia me preguntaba: “¿Cómo es posible que todos vengamos a este mundo con tan horrible responsabilidad, y si no somos bautizados este gran pecado nunca será perdonado?
La culpa es un instrumento debilitante que posiblemente existe en otras religiones, no sólo en la católica. Lo que también es cierto es que lo utiliza la sociedad y se engolosina con él.
No pienso abundar en el tema de las religiones porque respeto las creencias de los demás. Lo que pretendo hacer es analizar un poco el hecho de que la culpa, la sensación de ser impuros, nos mantiene alejados de la libertad. Nos han dicho que no somos libres hasta que borremos los pecados de nuestros ancestros.
Pues bien, en este momento establezco, con toda firmeza, que no creo en el pecado. El pecado no existe. Existen, sí, los errores, las equivocaciones. Sabemos que no somos perfectos, que al darnos libre albedrío, Dios nos permitió probar toda suerte de situaciones y, por ende, a veces acertamos y a veces no. Mantener a millones de personas en el terror de condenarse, primero: si no limpian el pecado original, segundo: si se salen un milímetro del rebaño, es decir, si no siguen al pie de la letra los preceptos de su religión, aunque éstos sean obsoletos, es una de las cosas más espantosas que los hombres de poder pudieron maquinar.
Haber llegado a la conclusión de que, para mí, no existe el pecado, fue motivo de una inusitada liberación. “Sí, sí, estoy en lo cierto”, me dije, “así es como deben ser las cosas. Debo borrar de mi memoria el concepto de pecado porque me debilita, me hace parte de un conjunto de seguidores al que, ciertamente, no quiero pertenecer. Nadie tiene el derecho de maniatarme, de obligarme a tener pensamientos que consumen mi autonomía”.
Al deshacerme del pecado, me fue posible analizar la culpa, para posteriormente, desterrarla de tajo. Si no me siento condenada, miserable e indigna entonces puedo comportarme bajo la premisa de la lógica, siguiendo los dictámenes de eso que es lo más valioso en cada ser humano: su intuición. Prestar atención a nuestra intuición es la única manera de ir por la vida tomando buenas decisiones. Una vez que la culpa ha sido eliminada, ¿qué nos queda?, la posibilidad de actuar con honor y con sinceridad cada vez que tomamos las medidas pertinentes.
Si me rijo por el amor no tendré miedo, ni dudaré en mi comportamiento cotidiano. Mi respeto y amor por el otro irá por el camino de la comunicación sin cortapisas, sin falso pudor, sin mentiras.
La culpa se lía arteramente con la inseguridad. ¿Alguna vez has querido acercarte a una persona, pero te detienes porque crees que puede estar enfadada contigo? Esto lo viví con un muy amado miembro de mi familia. Siendo pequeña, con frecuencia me preguntaba: “¿Estás enojada conmigo?” Sorprendida le respondía: “No, mi cielo, para nada”. ¿Por qué lo preguntas? No me respondía… era evidente que no sabía cómo describir lo que bullía en su interior. ¿Este familiar tenía miedo -a pesar de su afecto por mí- de haber hecho algo reprobable? Seguramente tenía dudas y las dudas eran hijas de una culpa que había fabricado en su mente. Quizá, como muchos, pensaba que había cometido una falta y que merecía un castigo. Su pregunta iba preñada de ansiedad, de una intensa necesidad de ser amada, de seguir siendo favorecida por mí. ¡Ah, cuánto sufrimos, inútilmente, al ser producto de un dictamen ancestral.
En una ocasión alguien comentó: “Necesito que me castiguen”. ¡Qué terrible sentencia! Esta persona estaba segura de que si no la reñían era porque no la amaban. Pensaba que era culpable (quién sabe de qué, ni ella misma lo entendía). De lo que sí estaba segura era que era menester recibir un escarmiento porque era “mala”. ¿Culpa?
Yo misma he sido víctima del fantasma de la culpa. En muchas ocasiones he sentido que ‘algo anda mal’ al comunicarme con determinada persona. He percibido que, quizás, está enfadada conmigo por algo horrible que hice; una falta imperdonable que hizo sufrir a esa persona. No siempre he podido externar la pregunta ¿Hice algo que te ofendió? Pero cuando lo he hecho he aprendido que a) fui poco atenta y mi comentario fue inapropiado (es decir, cometí un error) o b) me entero que esa persona tiene problemas existenciales y su malestar no es conmigo, es con alguien más, pero no le fue posible hablarlo en su momento. No obstante, la primera sensación al hablar con aquella persona es: “ya no me quiere, lo que sea que hice merece un castigo y nuestra amistad va a quedar anulada en este mismo instante”.
Recuerdo algunas situaciones en las que intervenía mi padre. Si me regañaba, con esa mirada que me paralizaba de miedo, yo era culpable de algo mayúsculo. Siendo muy pequeña, un día le tomé una mano, la besé y le pedí perdón ante la aterradora realidad de no ser amada. Resulta que no había hecho nada malo, solamente me había comportado fuera de “sus” leyes que, en su mayoría, eran autoritarias, despojadas de toda intimidad, de la comprensión que todos buscamos en nuestros progenitores. Pero, y esto es fundamental, algo que todos debemos entender, él fue producto de una educación todavía más autoritaria, hija del miedo y de la culpa, en la que su padre, mi abuelo, debía ser perfecto y exigía obediencia y voluntad férrea de parte de todos sus hijos… y ¡fueron diecisiete!, aunque diez lograron vivir. Mi papá sufría lo indecible porque no podía comunicarse, no podía olvidar los años de castigos y austera disciplina que le fueron impuestos. Esto lo supe muchos años después al observarlo, al perdonar mis años de sufrimiento y a amarlo como mi esforzado padre, nada más.
Para terminar, con toda compasión comparto contigo, querido lector/querida lectora, que es imperioso deshacernos de la culpa, que no necesitamos sufrir más a causa de esa espina que voluntaria o involuntariamente clavamos en nuestro corazón. Podemos reconocer nuestros errores. Podemos ofrecer una disculpa. Podemos aprender a remediar algo que estuvo equivocado para restituir la armonía en nuestro entorno. La culpa es otra hermana de la preocupación y realmente no la necesitamos.
Extracto del Ensayo de Martha Sánchez Llambí
Ciudad de México Abril 2009
Registro Público del Derecho de Autor
Núm.032009 – 060510551700-01
LO QUE HACE EL MIEDO...
En una tierra en guerra, había un rey que causaba espanto. Siempre que hacía prisioneros, no los mataba: los llevaba a una sala donde había un grupo de arqueros de un lado y una inmensa puerta de hierro del otro, sobre la cual se veían grabadas figuras de calaveras cubiertas por sangre. En esta sala él les hacía formar un círculo y les decía, entonces: "Ustedes pueden elegir entre morir flechados por mis arqueros o pasar por aquella puerta y por mí ser allá trancados". Todos elegían ser muertos por los arqueros. Al terminar la guerra, un soldado que por mucho tiempo sirvió al rey se dirigió al soberano: Señor, ¿puedo hacerle una pregunta? Dime, soldado. ¿Qué había detrás de la asustadora puerta? -Ve y mira tú mismo. El soldado, entonces, abre temerosamente la puerta y, a medida en que lo hace, rayos de sol entran y aclaran el ambiente... Y, finalmente, él descubre, sorprendido, que... la puerta se abría sobre un camino que conducía a la LIBERTAD. El soldado, admirado, sólo mira a su rey, que dice: - Yo daba a ellos la elección, pero preferían morir a arriesgarse a abrir esta puerta.
REFLEXION:
¿Cuántas puertas dejamos de abrir por el miedo de arriesgar? ¿Cuántas veces perdemos la libertad y morimos por dentro, solamente por sentir miedo de abrir la puerta de nuestros sueños? ¡Piensa en eso!
Anónimo
Oportunidades perdidas por el miedo
Un hombre recibió una noche la visita de un ángel, quien le comunicó que le esperaba un futuro fabuloso: se le daría la oportunidad de hacerse rico, de lograr una posición importante y respetada dentro de la comunidad y de casarse con una mujer hermosa.
Ese hombre se paso la vida esperando que los milagros prometidos llegasen, pero nunca lo hicieron, así que al final murió solo y pobre.
Cuando llegó a las puertas del cielo vio al ángel que le había visitado tiempo atrás y protestó:
- "Me prometiste riqueza, una buena posición social y una bella esposa. Me he pasado la vida esperando en vano”.
- “Yo no te hice esa promesa, replicó el ángel. Te prometí la oportunidad de riqueza, una buena posición social y una esposa hermosa”.
El hombre estaba realmente intrigado. "No entiendo lo que quieres decir", confesó.
- "Recuerdas que una vez tuviste la idea de montar un negocio, pero el miedo al fracaso te detuvo y nunca lo pusiste en practica?"
El hombre asintió con un gesto.
- “Al no decidirte unos años más tarde, se le dio la idea a otro hombre que no permitió que el miedo al fracaso le impidiera ponerlo en practica. Recordarás que se convirtió en uno de los hombres mas ricos del reino".
“ También, recordarás”... prosiguió el ángel, “aquella ocasión en que un terremoto asoló la ciudad, derrumbó muchos edificios y miles de personas quedaron atrapadas en ellos. En aquella ocasión tuviste oportunidad de ayudar a encontrar y rescatar a los supervivientes, pero no quisiste dejar tu hogar sólo por miedo a que los muchos saqueadores que habían te robasen tus pertenencias, así que ignoraste la petición de ayuda y te quedaste en casa".
El hombre asintió con vergüenza. "Esa fue la gran oportunidad de salvarle la vida a cientos de personas, con lo que hubieras ganado respeto de todos ellos", continuo el ángel.
- "Por último, ¿recuerdas aquella hermosa mujer pelirroja, que te había atraído tanto?... la creías incomparable a cualquier otra y nunca conociste a nadie igual. Sin embargo, pensaste que tal mujer no se casaría con alguien como tú y para evitar el rechazo, nunca llegaste a proponérselo".
El hombre volvió a asentir, pero ahora las lágrimas rodaban por sus mejillas.
- "Sí, amigo mío, ella podría haber sido tu esposa", dijo el ángel. “Y con ella se te hubiera otorgado la bendición de tener hermosos hijos y multiplicar la felicidad en tu vida".
A todos se nos ofrecen oportunidades, pero muy a menudo, como el hombre de la historia, las dejamos pasar por nuestros temores e inseguridades.
Pero tenemos una ventaja sobre el hombre del cuento... “Aún estamos vivos !!!"
Cosas en movimiento por Amarilis Irigoyen
Ramona se sentía hipnotizada por aquel trompo que desprendía luces de colores en sus movimientos. En la ventana del negocio, se había aglomerado tanta gente del pueblo para ver aquella maravilla. Con mucho esfuerzo logró sostenerse arriba de su bicicleta de trabajo para tener una mejor perspectiva del funcionamiento del objeto. Adentro, un hombre con aire de deidad y vestido como un domador de leones, estiraba un cable horizontal para darle velocidad al trompo que se había detenido. Disfrutar de esas cosas no era algo cotidiano para Ramona ni para aquella gente. Su mayor entretenimiento era jugar con corcholatas y ver la joroba de Reina, una cebra candorosa que paseaba libremente por las cuadras territoriales del pueblucho, recordándole a Ramona que el ayer de un cielo no es el azul de un instante. Los caracoles en el tiempo no suelen estar preparados para los cambios drásticos, ni mucho menos para lidiar con las nuevas monedas, incapaces de medir las necesidades del hombre pobre. Una gota de sudor le indicó a Ramona que era tarde y debía proseguir su camino. A lo lejos, pudo ver cómo las estatuas del pensamiento se iban dejando seducir por el intruso, el mismo que terminaría por hacerlos caer en la vía del cambio. Con miedo, Ramona pedaleó muy fuerte para alejarse de aquel lugar, implorándole a sus piernas que no cedieran ante la ventisca que se avecinaba. Ni siquiera ella, con sus veinte vacas y sus doce cerdos, sería capaz de rebelarse ante la inminente llegada del progreso.
La estocada por Amarilis Irigoyen
Las paredes comienzan a asfixiarme. El tiempo se alarga en las sombras. Oigo voces a lo lejos y recupero la esperanza, pero yo no respondo a las señales de vida. Trato de tranquilizarme; reorganizo mis ideas y espero en silencio.
Mi mente insiste en activar mis defensas, inclusive aquellas que desconozco. Quiero moverme, pero no puedo. Algo me aplasta la voluntad.
Un olor desagradable invade el ambiente, me desespero por la falta de oxígeno. Navego en la incertidumbre de su procedencia con el intento de no dejarme naufragar.
Siento el filo embestiendo mis entrañas y, a pesar del dolor, me conmuevo al escuchar ese llanto distante pero tan cercano. Imagino sus ojos, color ignorancia, cubiertos por el velo de la inmadurez, mientras mi cuerpo, aun pequeño y sin forma, lucha por sobrevivir.
El miedo se vuelve absurdo ante lo inevitable y comienzo a ceder. En trozos, sucumben mis sueños y escribo con su sangre, el amor fallido de esta mujer.
La estocada por Amarilis Irigoyen
Las paredes comienzan a asfixiarme. El tiempo se alarga en las sombras. Oigo voces a lo lejos y recupero la esperanza, pero yo no respondo a las señales de vida. Trato de tranquilizarme; reorganizo mis ideas y espero en silencio.
Mi mente insiste en activar mis defensas, inclusive aquellas que desconozco. Quiero moverme, pero no puedo. Algo me aplasta la voluntad.
Un olor desagradable invade el ambiente, me desespero por la falta de oxígeno. Navego en la incertidumbre de su procedencia con el intento de no dejarme naufragar.
Siento el filo embestiendo mis entrañas y, a pesar del dolor, me conmuevo al escuchar ese llanto distante pero tan cercano. Imagino sus ojos, color ignorancia, cubiertos por el velo de la inmadurez, mientras mi cuerpo, aun pequeño y sin forma, lucha por sobrevivir.
El miedo se vuelve absurdo ante lo inevitable y comienzo a ceder.
En trozos, sucumben mis sueños y escribo con su sangre, el amor fallido de esta mujer.
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